jueves, 1 de septiembre de 2011

LA IGLESIA CATÓLICA TIENE LA RESPUESTA




La Iglesia Católica es el cuerpo religioso más antiguo de la Cristiandad y el más grande del mundo. Sus 860 millones de miembros habitan a lo largo y a lo ancho de toda la tierra y comprenden casi un quinto de la población total. Ella es por mucho el concepto religioso más popular que el mundo haya conocido. Paradójicamente, sin embargo, la Iglesia Católica es el concepto más controvertido del mundo. La creencia Católica, dicen los cultores Cristianos y Protestantes, es diferente, demasiado diferente para ser Ortodoxa. La creencia Católica, dicen los agnósticos y los Católicos, es demasiado etérea para ser lógica, y demasiado estricta para ser agradable. De ahí que para millones de personas el Catolicismo sea no sólo un éxito colosal, sino también un colosal enigma. Por supuesto que debe haber una explicación para estas opiniones contradictorias, y hay una explicación. Los Protestantes, y todos aquellos que tienen preguntas acerca de la creencia Católica, con demasiada frecuencia cometen el error de ir por las respuestas al lugar equivocado. Con demasiada frecuencia se consultan libros escritos por religiosos incompetentes. El resultado es una información distorsionada e incompleta. Con tal información, uno no puede evitar ver a la Fe Católica como un colosal enigma.
El lugar correcto para ir por información acerca de la fe Católica -en realidad el único lugar para ir por una información completa y autorizada- es la Iglesia Católica. Como cualquier detective le diría, ninguna investigación es más completa que la realizada en el lugar del hecho. Por lo tanto, querido lector, si usted es un Protestante, un Cristiano no afiliado o un agnóstico, que desea conocer la verdad acerca de la fe Católica, siga este consejo de amigo: Busque un sacerdote Católico y hágale sus preguntas. Encontrará en él a una persona muy comprensiva y amable. O bien, lea este folleto, escrito por un Católico que sabe las preguntas que probablemente usted formulará, como así también las respuestas, porque él también estuvo alguna vez observando desde afuera a la Iglesia Católica. Las preguntas de este folleto son básicamente las mismas que él le formulara a un sacerdote Católico, y las respuestas son básicamente las mismas que le ha dado ese sacerdote. Lea este folleto y luego olvide todas las fantasías que ha escuchado sobre la Iglesia Católica, porque acá tiene la verdad del Evangelio.

¿Por qué creen los Católicos que el universo y toda la vida en él han sido creados y los gobierna un Ser Espiritual todopoderoso llamado Dios? ¿Qué prueba real hay de la existencia y omnipotencia de Dios?

Los Católicos creen que el universo es creación y dominio exclusivo de un Ser espiritual infinitamente poderoso, llamado Dios, porque la evidencia que lleva a esa conclusión es tan abrumadora que no queda lugar para el mínimo vestigio de duda. En primer lugar, se encuentra la evidencia de la lógica. Por medio de un proceso simple de razonamiento matemático, el hombre llega inevitablemente a ciertos principios indiscutibles: Todo tiene una causa; nada puede llegar a existir por sí mismo. Obviamente hay una larga cadena de causas en el universo, pero finalmente debe hacer una primera causa, una causa incausada. A esa causa incausada la llamamos “Dios.” (La teoría de la evolución, aún si pudiera ser probada, no explicaría el origen de nada; la evolución trata simplemente con lo que podría haber sucedido después de que la materia comenzara a existir). Más aún, 1) la creación de la persona humana presupone un Creador Personal superior, 2) el orden universal presupone un Ordenador Universal, 3) la energía cósmica presupone una Fuente de Energía Cósmica, 4) la ley natural presupone un Legislador Universal. Estos principios de razón básicos explican por qué tantos científicos eminentes del mundo creen firmemente en Dios.
Además, se encuentra la evidencia de la revelación divina: en  incontables ocasiones Dios se ha revelado a sí Mismo por la voz, la visión y la aparición (por medios que pueden ser captados por los sentidos humanos), y ha demostrado Su Omnipotencia por medio de asombrosos milagros, obviamente sobrenaturales. Muchas de estas revelaciones son registradas como auténticas por la historia. Las Escrituras, por ejemplo, están llenas de esos sucesos; y en tiempos modernos el mundo ha sido testigo de milagros enviados desde el Cielo, como los de Fátima, Lourdes y Santa Ana de Beaupré en Québec, Canadá, donde quienes se han curado dejaron una gran cantidad de muletas como testimonio. (La Oficina Médica de Lourdes está abierta al examen por parte de cualquier doctor). Además, se encuentra la licuación de la sangre de San Genaro que todavía se realiza el 19 de septiembre de cada año, durante su festividad en Nápoles; la ausencia de descomposición en los cuerpos de muchos santos Católicos (tales como Santa Bernardita, que murió en 1879); y la milagrosa Hostia Eucarística de Lanciano, Italia que se ha probado científicamente que es carne humana y sangre humana del tipo AB –para mencionar solamente algunos de los milagros que todavía suceden en el siglo XXI y que indican la existencia de Dios.
Finalmente, se encuentra la evidencia de la intuición humana. Desde hace tiempo los psicólogos saben que todo ser humano –incluido el ateo- busca intuitivamente la ayuda de Dios en tiempos de gran calamidad, e instintivamente suplica la misericordia de Dios ante la muerte inminente. De ahí que el renombrado Voltaire, que tan elocuentemente negó a Dios mientras disfrutaba de buena salud, fama y fortuna, repudiara todos sus escritos ateos en su lecho de muerte y buscara frenéticamente los servicios de un sacerdote Católico. También, Nicolás Lenín, mientras yacía en su lecho de muerte, miró a su alrededor y frenéticamente pidió perdón a las mesas y sillas de la habitación. Porque así como el hambre de alimentos exige la existencia de alimento, el intuitivo apetito de Dios por parte del hombre evidencia la Realidad, la Omnipotencia y la Justicia divinas. La fe en Dios de los Católicos, por lo tanto, es pura y simplemente una expresión de salud intelectual.

¿Por qué los Católicos creen que en Dios hay tres Personas llamadas la Santa Trinidad? ¿Cómo puede Dios ser tres Personas y a la vez un solo Dios?

Los Católicos creen que hay un Dios que consiste de tres Personas divinas distintas e iguales   –Padre, Hijo y Espíritu Santo- porque en numerosas ocasiones Dios se ha descrito así. El Antiguo Testamento nos da a conocer que hay más de una Persona en Dios. En Gn 1:26 dice, “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra.” En Is 9:6-7, Dios Padre reveló la inminente venida al mundo de Dios Hijo. En Sal 2:7, leemos, “Él me ha dicho: Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy.” Y en el Nuevo Testamento, Dios revela esta doctrina aún con mayor claridad. Por ejemplo, en el bautismo de Jesucristo, el Espíritu Santo apareció en forma de paloma, y se escuchó la voz de Dios Padre: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco.” (Mt 3: 16-17). En Mt 28:19, Dios Hijo ordenó a los Apóstoles bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Y en 1Co 12:4-6, la Biblia se refiere a Dios con tres nombres: Espíritu, Señor, y Dios, que corresponden al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Tres Personas divinas en un solo Dios pueden ser incomprensibles a la inteligencia humana, pero ello es de esperar. ¿Cómo puede el hombre comprender totalmente la infinita realidad de Dios cuando no puede comprender totalmente su propia realidad finita? Debemos aceptar la palabra de Dios. Además, podemos comprender la posibilidad de la realidad trinitaria de Dios si consideramos otras realidades trinitarias. El triángulo, por ejemplo, es una forma distinta con tres lados iguales y distintos. Y el trébol es una hoja con tres pétalos iguales y distintos. Hay muchas trinidades físicas en la tierra, por lo tanto, una Trinidad Espiritual, que es Dios en el Cielo, no está en contra de la razón humana –está simplemente sobre la razón humana.

¿Por qué los Católicos creen que Jesucristo es el Hijo de Dios –la segunda persona de la Santa Trinidad? ¿No sería más razonable creer que Él fue un gran Santo... un líder religioso de excepcional talento y dedicación...un profeta?

Los Católicos creen que Jesús es Hijo de Dios, encarnado en carne humana, en primer lugar porque la manifestación física de Dios en la tierra, y en todas las circunstancias de dicha manifestación, fueron profetizadas una y otra vez en la Revelación Divina, y Jesús cumplió con la profecía al pie de la letra; en segundo lugar, porque Él afirmó que era Dios (Jn 10:30, 14:9-10 y otros numerosos pasajes), y Él nunca decepcionó a nadie; en tercer lugar, porque probó Su divinidad por Su inmaculada santidad y por la perfección de Su doctrina; en cuarto lugar, porque solamente Dios pudo haber realizado los milagros que Él ha realizado – milagros tales como caminar sobre el mar, alimentar a cinco mil personas con dos panes y dos peces, y después de Su muerte en la Cruz, resucitar de Su propia tumba; en quinto lugar porque solamente Dios, en el breve tiempo de tres años, sin conquistas militares, sin poder político, sin escribir una sola línea o viajar más que algunas millas, pudo haber influído tan profundamente en el curso de los acontecimientos humanos; en sexto lugar, porque solamente Dios  puede infundir en el alma del hombre la gracia, la paz y la certeza de la salvación eterna que Jesús infunde.

¿Por qué los Católicos creen que su Iglesia es la verdadera Iglesia de Jesucristo? ¿No sería más razonable creer que la verdadera Iglesia de Cristo es la unión espiritual de todas las Iglesias Cristianas?

Los católicos creen que su Iglesia es la verdadera Iglesia de Jesucristo, en primer lugar, porque es la única Iglesia Cristiana que se remonta en la historia a la época de Cristo; en segundo lugar porque es la única Iglesia Cristiana que posee la invencible unidad y la intrínseca santidad, la continua universalidad y la indiscutible apostolicidad que Cristo dijo que distinguiría a Su Verdadera Iglesia; y en tercer lugar, porque los Apóstoles y los primeros Padres de la Iglesia, quienes ciertamente eran miembros de la verdadera Iglesia de Cristo, profesaron ser todos miembros de dicha Iglesia de Cristo (ver Hechos de los Apóstoles y las cartas de los Primeros Cristianos). Ignacio de Antioquía, ilustre Padre de la Iglesia del siglo primero, escribió: “Donde está el Obispo, que haya una multitud de creyentes; así como donde está Jesús, está la Iglesia Católica. “Nuestro Señor dijo: “Habrá un rebaño y un pastor,” aunque es bien sabido que las diferentes iglesias cristianas no pueden estar de acuerdo sobre lo que realmente enseñó Cristo. Ya que Cristo condenó claramente la división en la Iglesia: “Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir” (Mc 3:25), los católicos no pueden admitir que Él lo permitiría alguna vez en su Iglesia.

¿Por qué los católicos se niegan a conceder que su Iglesia se volvió doctrinalmente corrupta en la Edad Media, siendo así necesaria la Reforma Protestante?

Los católicos se niegan a conceder tal cosa por su fe en Jesucristo. Cristo prometió solemnemente que las puertas del Infierno nunca prevalecerían contra Su Iglesia (Mt 16:18), y prometió solemnemente que después de Su Ascensión a los Cielos enviaría a Su iglesia “al Paráclito...el Espíritu de la Verdad,” a habitar con ella para siempre (Juan 14:16-17), e inspiró al Apóstol Pablo a describir a Su Iglesia como “la columna, el fundamento de la verdad” (Tm 3:15). Si la Iglesia Católica (que los Protestantes admiten que era la verdadera Iglesia de Jesucristo antes de la rebelión de Lutero) se volvió doctrinalmente corrupta como se afirma, significaría que las puertas del Infierno habrían prevalecido contra ella, y significaría que Cristo habría decepcionado a Sus seguidores. Al creer que Cristo es la misma esencia de la verdad e integridad, los católicos no pueden en conciencia creer que Él pudiera ser culpable de tal decepción. Además, los católicos no logran entender cómo la división de la Cristiandad en cientos de fracciones rivales y de variaciones doctrinales pueda denominarse una “reforma” de la Iglesia Cristiana. En la mentalidad Católica, cientos de interpretaciones conflictivas de las enseñanzas de Cristo no agregan nada a una verdadera interpretación de las enseñanzas de Cristo.

Si la Iglesia Católica nunca cayó en el error, ¿cómo explicar los Papas mundanos, la sangrienta Inquisición, la venta de indulgencias y la invención de nuevas doctrinas?


Una investigación cuidadosa y objetiva de la historia católica revelará estos hechos: los así llamados Papas mundanos de la Edad Media –tres en total- eran ciertamente culpables de una extravagante pomposidad, nepotismo y otras indiscreciones y pecados que no correspondían a la dignidad de su alto oficio en la Iglesia –pero no fueron ciertamente culpables de una conducta licenciosa durante su desempeño en la Iglesia, ni fueron culpables de alterar en parte la fe en la Iglesia otorgada por Cristo. Las así llamadas sangrientas Inquisiciones, iniciadas por los gobiernos civiles de Francia y España con el propósito de perseguir a los musulmanes y judíos que causaban una devastación social al darse a conocer como fieles ciudadanos católicos –y hasta como sacerdotes y obispos- fueron efectivamente aprobados por la Iglesia. (Los no católicos que admitían ser no católicos no eran molestados por la Inquisición). Y la gran mayoría de quienes fueron cuestionados por la Inquisición (incluyendo Santa Teresa de Ávila) fueron declarados completamente inocentes. No obstante, los Papas condenaron severamente estos procedimientos al ver que la justicia cedía a los abusos crueles, y fue esta insistente condena por parte de los Papas la que finalmente terminó con las Inquisiciones.
  La así llamada venta de indulgencias no implicaba efectivamente ninguna “venta,” implicaba la garantía del favor espiritual de una indulgencia (que es la remisión de la deuda de castigo temporal por los pecados que ya habían sido perdonados) en retribución por la entrega de las almas a la Iglesia para la construcción de la casa de oración más grande de la Cristiandad: la Basílica de San Pedro en Roma. Con respecto a las indulgencias, debemos entender que quien ganaba la indulgencia debía siempre cumplir con dos actos: 1) cumplir la acción (por ej.: entrega de las almas) y 2) rezar las oraciones prescriptas con una apropiada disposición espiritual. En el caso en cuestión, el primer acto para ganar la indulgencia era el de “entregar las almas”. Si quien entregaba las almas posteriormente no cumplía con rezar las oraciones requeridas, no recibiría la indulgencia debido a que no ha cumplido con los dos actos requeridos. Las indulgencias, por lo tanto, no eran “vendidas”; el acto mismo de dar dinero era en realidad el primero de dos actos requeridos para ganar la indulgencia en cuestión.
La así llamada invención de nuevas doctrinas, que se refiere a la proclamación de nuevos dogmas de la Iglesia, es el cargo más ridículo e infundado de todos, por cuanto aquellos “nuevos” dogmas de la Iglesia eran en realidad antiguas doctrinas que se remontan a los comienzos del Cristianismo. Al proclamarlos como dogmas, la Iglesia solamente enfatizó su importancia para la Fe y afirmó que son, en verdad, parte de la revelación divina. La Iglesia Católica siguió el mismo procedimiento en el siglo cuarto, cuando proclamó que el Nuevo Testamento es de revelación divina. Por lo tanto, es obvio que la Iglesia Católica NO incurrió en error durante la Edad Media como afirman algunos, porque de haberlo hecho, no podía haber producido los cientos de santos medievales, santos del calibre de San Francisco, San Bernardo, San Buenaventura, Santa Clara, San Antonio, San Juan de la Cruz, Santo Tomás de Aquino, Santa Isabel de Hungría y San Vicente Ferrer (quienes realizaron aproximadamente 40.000 milagros).

¿Por qué creen los católicos que el Apóstol Pedro fue el primer Papa, cuando la palabra “Papa” ni siquiera aparece en las Biblias Católicas? ¿De dónde, en realidad, recibe su autoridad el Papa para regir sobre la Iglesia Católica?

Es verdad, la palabra “Papa” no aparece en la Biblia –pero tampoco aparecen en la Biblia las palabras “Trinidad”, “Encarnación”, “Ascensión” y “Biblia.” Sin embargo, se hace referencia a ellas por medio de otros nombres. Por ejemplo, a la Biblia se la denomina “Escritura”. Al Papa, que significa Obispo a la cabeza de la Iglesia, se lo menciona como la “roca” de la Iglesia, o como el “pastor” de la Iglesia. Cristo utilizó esta terminología cuando nombró al Apóstol Pedro primer obispo a la cabeza de Su Iglesia, diciendo: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás... Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.(Mt 16:17-19). “Habrá un solo rebaño, un solo pastor” (Jn 10:16). “Apacienta mis corderos...apacienta mis ovejas” (Jn 21:15-17). Las palabras “roca” y “pastor” deben referirse a Pedro, y deben distinguirlo como el Apóstol principal, de otra manera las afirmaciones de Cristo serían tan ambiguas que carecen de sentido. Ciertamente los otros Apóstoles entendieron que Pedro tenía autoridad otorgada por Cristo para conducir la Iglesia, ya que le concedían presidir la asamblea cada vez que se reunían en concilio (Hch 1:15, 5:1-10), y colocaban su nombre en primer lugar cada vez que realizaban una lista de los nombres de los Apóstoles. (Mt 10:2, Mc 3:16, Lc 6:13-14, Hch 1:13).
Además, se encuentra el testimonio de los Padres de la Iglesia. En el siglo segundo, San Hegesipo confeccionó una lista de los Papas hasta la época de Aniceto (onceavo Papa) que contenía el nombre de San Pedro en primer lugar. A principios del siglo tercero, el historiador Cayo escribió que el Papa Víctor era “el treceavo Obispo de Roma desde Pedro.”  A mediados del siglo tercero, San Cipriano relató que Cornelio (vigésimo primer Papa) “ascendió a la sublime cima del sacerdocio...el lugar de Pedro”. Aún los historiadores Protestantes han atestiguado el rol de Pedro como primer Obispo de Roma y primer Papa de la Iglesia Católica. El eminente historiador Protestante Cave escribió en su Historia Literaria: “Que Pedro estuvo en Roma, y ocupó la Sede allí durante un tiempo, lo afirmamos imparcialmente junto con todos los antiguos. “Por lo tanto el origen de la autoridad del Papa para regir sobre la Iglesia Católica es bastante obvio: no le fue otorgado por Jesucristo sino por Dios mismo”.

¿Por qué los Católicos creen que el Papa es infalible en sus enseñanzas, cuando él es un ser humano, con un intelecto humano finito, así como el resto de nosotros? ¿Cuál es el fundamento en la Escritura para esta creencia?

La doctrina de la Infalibilidad del Papa no significa que el Papa esté siempre en lo correcto en todas sus enseñanzas personales. Los católicos saben bien que, a pesar de su profunda erudición es sobre todo un ser humano y por lo tanto susceptible de cometer errores humanos. En algunos temas, como los deportes y la fabricación, su juicio puede ser muy imperfecto. La doctrina simplemente significa que el Papa está protegido del error por Dios, cuando, al actuar en su función  de pastor principal del rebaño de los católicos, promulga una decisión que obliga en conciencia a todos los católicos del mundo. En otras palabras, su infalibilidad está limitada a su especialidad: la Fe de Jesucristo.
Sin embargo, para que el Papa sea infalible respecto a una afirmación particular, deben reunirse cuatro condiciones: 1) Debe hablar ex cátedra....es decir, “desde la Silla” de Pedro, o en otras palabras, oficialmente, como cabeza de toda la Iglesia; 2) La decisión debe ser para toda la Iglesia;     3) Debe ser sobre materia moral o de fe; 4) El Papa debe tener la intención de tomar una decisión final respecto a una enseñanza de fe o moral de manera que sea observada por todos los fieles. Debe ser interpretativa, no originante; el Papa no tiene autoridad para dar origen a una nueva doctrina. Él no es el autor de la revelación, solamente su guardián y expositor. No tiene poder para distorsionar ni una palabra de la Escritura o cambiar una iota de la tradición divina. Su infalibilidad está limitada estrictamente a la esfera de la interpretación doctrinal y es utilizada excepcionalmente. Se la utiliza para aclarar, para “definir”, algún punto de la tradición Cristiana. Es la infalibilidad de la que habló Cristo cuando le dijo a Pedro, el primer Papa: “A tí te daré la llave del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos”. (Mt 16:19). Ciertamente Cristo no habría exhortado a Sus seguidores a “escuchar a la Iglesia” (Mt 18:17) sin estar seguro de alguna manera de que lo que ellos escucharen fuera la verdad; sin hacer, de alguna manera, la enseñanza del magisterio de Su Iglesia: infalible.
Para una completa comprensión de la infalibilidad del Papa, sin embargo, debe conocerse una cosa más: Sus decisiones ex cátedra no son el resultado de sus propias deliberaciones privadas. Ellas son el resultado de muchos años -a veces cientos de años- de consulta con los otros Obispos y Teólogos de la Iglesia. Él está, en efecto, expresando la fe de toda la Iglesia. Su infalibilidad no es su propio don privado, sino un don de todo el Cuerpo Místico de Cristo. En efecto, las manos del Papa están atadas con respecto al cambio de la Doctrina Cristiana. Ningún Papa ha utilizado alguna vez su infalibilidad para cambiar, agregar, o quitar alguna enseñanza cristiana; esto es porque Nuestro Señor prometió estar con Su Iglesia hasta el fin del mundo. (Mt 28:20). Las iglesias Protestantes, por otra parte, se consideran libres para cambiar sus doctrinas. Por ejemplo, todas las Iglesias Protestantes enseñaron una vez que la anticoncepción era gravemente pecaminosa; pero desde 1930, cuando la Conferencia de Lambeth de la Iglesia de Inglaterra decidió que la anticoncepción no era más un pecado, virtualmente todos los ministros Protestantes del mundo han aceptado esta decisión humana y han cambiado su enseñanza.
¿Por qué los Católicos creen en siete sacramentos, mientras los Protestantes creen solamente en dos? ¿Qué es exactamente un sacramento, y qué hace por una persona?

Los Católicos creen en siete sacramentos porque Cristo instituyó siete; porque los Apóstoles y los Padres de la Iglesia creyeron en siete; porque el segundo Concilio Ecuménico de Lyons (1274) definió siete; y porque el Concilio Ecuménico de Trento (1545-1563) confirmó siete. En breve, el número siete surge de la perpetua tradición de la fe Cristiana. Lo cual explica por qué ese número es aceptado no sólo por los católicos, sino por todas las otras comunidades Cristianas antiguas y asimismo por la  Copta Egipcia, Monofisista Etíope, Jacobita Siria, y por las Ortodoxas Griega y Rusa.
Para entender qué es un Sacramento, y qué hace por una persona, se debe conocer la correcta definición de Sacramento de la tradición Cristiana. Propiamente definido, un Sacramento es “un signo externo instituido por Cristo para otorgar la gracia” (Santidad) al alma...es decir, es una ceremonia de la Iglesia, prescripta por Dios, en la cual las palabras y la acción se combinan para formar lo que es al mismo tiempo un signo de la gracia divina y una fuente de la gracia divina. Cuando esta gracia especial –distinta de la gracia de inspiración ordinaria- es impartida al alma, el Espíritu Santo de Dios es impartido al alma y el alma es imbuida de la vida divina, uniendo el alma a Cristo.
Como lo señalan las escrituras, esta gracia es la gracia de salvación, sin ella el hombre está, en un sentido muy real, aislado de Cristo. Y como lo señalan las Escrituras, Cristo dio a su Iglesia siete sacramentos para servir como hontanares de esta inefable gracia salvadora de las almas, gracia que fluye de Su sacrificio en el Calvario:      
 BAUTISMO: Sacramento del renacimiento espiritual por el cual somos hechos hijos de Dios y herederos del Cielo: “En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” (Jn 3:5. Ver también Hch 2:38, Rm 6:2-6).
CONFIRMACIÓN: Sacramento por el que se nos confiere el Espíritu Santo para hacernos cristianos fuertes y perfectos y soldados de Jesucristo: “Al enterarse los Apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samarías había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo...entonces les ponían las manos y recibían el Espíritu Santo.” (Hch 8:14-17. Ver también: Hch 19:6).
EUCARISTÍA: Sacramento, conocido también como Santa Comunión, que alimenta el alma, el verdadero Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Jesús, bajo la apariencia o velo sacramental, del pan y del vino: “Y mientras estaban comiendo, Jesús tomó pan; y lo bendijo, lo partió, y se los dio, y dijo: Tomad, este es mi cuerpo. Tomó luego la copa y, dadas las gracias se las dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.” (Mc 14:22-24. Ver también: Mc 26:26-28, Lc 22:19-20, Jn 6:52-54, 1 Co 10:16).
PENITENCIA: Sacramento conocido también como Confesión, por el cual Cristo perdona los pecados y restaura la gracia al alma: “Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.” (Jn 20:22-23. Ver también: Mt 18:18).
EXTREMAUNCIÓN: Sacramento, a veces llamado la Ultima Unción, que fortifica al enfermo y santifica a quien está por morir: “¿Hay entre ustedes algún enfermo? Que permita entrar a los sacerdotes de la Iglesia, y rueguen por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor...y si él estuviera en pecado, le serán perdonados.” (Jn 5:14-15. Ver también: Mc 6:12-13).
ORDEN SAGRADO: Sacramento de ordenación por el que se inviste a los sacerdotes para oficiar el Santo Sacrificio de la Misa, administrar los sacramentos, y oficiar en todos los otros asuntos propios de la Iglesia: “Porque todo sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados...y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que  Aarón.” (Hb 5:1-4. Ver también: Hch 20:28, 1 Tm 4:14). También: “Tomó luego pan y dadas las gracias, lo partió y se los dio diciendo: Éste es mi cuerpo, que es entregado por nosotros; haced esto en recuerdo mío.” (Lc 22:19).
MATRIMONIO: Sacramento que une a un hombre y a una mujer en un vínculo sagrado e indisoluble: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y los dos se harán una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separa el hombre.” (Mt 19:5-6. Ver también: Mc 10:7-9, Ef 5:22-32).
Tienen así ustedes la Palabra de Cristo y el ejemplo de los Apóstoles que atestiguan la validez y eficacia de los siete Sacramentos de la Iglesia Católica. En verdad, cada uno de esos sacramentos es parte integrante del plan de Cristo para la salvación eterna del hombre.

¿Por qué la Iglesia Católica no anima a la lectura de la Biblia cuando de acuerdo al Apóstol, “Toda Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar...(y) para educar en la justicia”? (2 Tm 3:16).

Si la Iglesia Católica no anima a la lectura de la Biblia, el Papa, los miles de Obispos Católicos, y los millones de fieles Católicos, no se han percatado de ello. Porque los Papas han emitido cartas pastorales, llamadas encíclicas, dirigidas a toda la Iglesia, sobre los efectos edificantes de la lectura de la Biblia. La Biblia Católica supera ampliamente en ventas a nivel mundial a las otras Biblias Cristianas. En realidad siempre ha sido así. La primera Biblia Cristiana fue producida por la Iglesia Católica, compilada por los estudiosos Católicos del segundo y tercer siglo y aprobada para el uso de los Cristianos por los Concilios Católicos de Hippo (393) y Cartago (397). La primera Biblia impresa fue producida bajo los auspicios de la Iglesia Católica, impresa por el inventor Católico de la imprenta, Juan Gutenberg. Y la primera Biblia con capítulos y versículos numerados fue producida por la Iglesia Católica, obra de Stephen Langton, Cardenal Arzobispo de Canterbury. Fue esta perenne devoción Católica a la Biblia la que llevó a Martín Lutero, quien ciertamente no puede ser acusado de favoritismo Católico, a escribir en su Comentario sobre San Juan: “Estamos obligados a conceder a los Papistas que ellos tienen la Palabra de Dios, y que sin ellos no tendríamos en absoluto conocimiento de ella”.

Si la Iglesia Católica realmente venera a la Biblia como la Santa Palabra de Dios, si realmente quiere que sus miembros se familiaricen con su verdad, ¿porqué en tiempos pasados confiscó y quemó tantas Biblias?

Las Biblias que fueron recogidas y quemadas por la Iglesia Católica en el pasado                      -particularmente las Biblias de Wycliff y Tyndale- eran traducciones imperfectas, y por lo tanto, no eran la santa Palabra de Dios. En otras palabras, la Iglesia Católica recogió y quemó esas “Biblias” precisamente porque la Iglesia Católica hace honor a la Biblia, a la verdadera Biblia, como la santa Palabra de Dios y quiere que sus miembros se familiaricen con sus verdades. Prueba de ello es el hecho de que, después de haber sido confiscadas y quemadas, esas Biblias fueron reemplazadas por ediciones más exactas. No cabe duda de que las traducciones de Wycliff y Tyndale eran incorrectas y por lo tanto merecían ser descartadas, ya que ninguna iglesia ha tratado de reinstaurarlas. Tampoco cabe duda de que las Biblias que las reemplazaron eran traducciones correctas, ya que han sido ponderadas durante mucho tiempo tanto por los Protestantes como por los Católicos.

¿Por qué la Iglesia Católica fundamenta alguna de sus doctrinas en la tradición en lugar de fundamentarlas a todas en la Biblia? ¿No les dijo cristo a los Fariseos que al sostener la tradición transgredían el mandamiento de Dios? (Mt 15:3, Mc 7:9)

Observemos que en la Biblia hay dos clases de tradición religiosa: la humana y la divina. Observemos además que cuando Cristo acusó a los Fariseos se refería a los “preceptos de los hombres” (Mc 7:7), a sus tradiciones humanas. Cristo quería que se exaltara y preservara la tradición divina porque Él la hizo parte del contenido de la fe cristiana, como lo afirmó el Apóstol Pablo: “Mantenéos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros de viva voz o por carta” (2Ts 2:15. Ver también: 2 Ts 3:6). Esta tradición divina a la cual se refiere Pablo, verdad revelada que fue transmitida en forma oral más bien que por escrito, es la tradición sobre la cual, junto con la Sagrada Escritura, la Iglesia Católica fundamenta su doctrina de fe, tal como lo afirmaron los primeros Padres Cristianos. San Agustín escribió: “Por lo tanto, estas tradiciones de reputación cristiana, tan numerosas, tan poderosas y muy queridas, mantienen apropiadamente al creyente en la Iglesia Católica”. El mismo Nuevo Testamento es un producto de la tradición Cristiana. En ninguna parte del Nuevo Testamento hay mención alguna del Nuevo Testamento.

¿Por qué tratan los Católicos de lograr su salvación a pesar del hecho de que la salvación puede solamente provenir de un don gratuito de Jesucristo?

Los Católicos reconocen completamente que Jesucristo murió en la Cruz por sus pecados y de esta manera “abrió las puertas del Cielo,” y que la salvación es un don gratuito que no podrían obtener las buenas acciones humanas. Los Católicos reciben la gracia santificante y salvadora de Cristo, y a Cristo mismo, en sus almas por el bautismo. Sin embargo, saben también que Cristo ha establecido ciertas condiciones para ingresar a la felicidad eterna en el Cielo, por ejemplo: recibir Su verdadero Cuerpo y Sangre (Jn 6:54) y cumplir los mandamientos. (Mt 19:17). Si un Cristiano se niega o es negligente en obedecer los mandamientos de Nuestro Señor en materia grave (es decir, si comete pecado mortal), Nuestro Señor no habitará en su alma; y si un Cristiano muere en ese estado, habiendo separado su alma de su Señor por un pecado grave, no se salvará. Como advirtió San Pablo a los Gálatas respecto a ciertos pecados: “Quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.” (Ga 5:21). Además, Cristo siempre perdonará y recibirá al pecador que se acerque a Él con sinceridad en el Sacramento de la Penitencia.
Los Católicos siguen a San Pablo, que no creía que su salvación estaba garantizada definitivamente en el momento en que recibía a Cristo en su alma por primera vez; porque escribió: “Golpeo mi cuerpo, y lo esclavizo; no sea que habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1 Co 9:27) “...trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues en Dios quien obra en vosotros...”(Flp 2:12-13). “...a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho...”(Lc 12:48).El que persevere hasta el fin, ese se salvará” (Mt 10:22). No obstante, los Católicos saben que la salvación, aunque se haya cumplido con los requerimientos de Nuestro Señor, es imposible sin el don gratuito de Su gracia.

¿Por qué los Católicos creen que las buenas obras son necesarias para la salvación? ¿No dice Pablo en Romanos 3:28 que la sola fe justifica?

Los Católicos creen que tanto la fe como las buenas obras son necesarias para la salvación, porque esa es la enseñanza de Jesucristo. Lo que Nuestro Señor exige es “la fe que actúa por la caridad” (Ga 5:6). Leamos Mateo 25:31-46, que describe el Juicio Final basado en las obras de caridad. El primero y el más grande de los mandamientos, dado por Nuestro Señor, es amar al Señor Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fortaleza; y el segundo gran mandamiento es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mc 12:30-31). Cuando el rico preguntó a Nuestro Señor que debía hacer para ganar la vida eterna, Nuestro Señor respondió: “...guarda los mandamientos” (Mt 19:17). Así, aunque la fe es el comienzo, no es el cumplimiento total de la voluntad de Dios. En ninguna parte de la Biblia está escrito que la sola fe justifica. Cuando San Pablo escribió, “Porque consideramos a un hombre justificado por su fe, sin las obras de la ley,” se refería a las obras particularmente de la antigua Ley Judía, y citó a la circuncisión como ejemplo.
La Iglesia Católica NO enseña que solamente las obras buenas tienen mérito para la salvación; tales obras NO tienen mérito para la salvación, de acuerdo a su enseñanza. Solamente aquellas buenas obras realizadas cuando una persona está en estado de gracia -esto es, que su vida espiritual brota como un sarmiento de la Viña que es Cristo (Jn 15:4-6)- solamente estos buenos actos logran nuestra salvación, y lo hacen solamente por la gracia de Dios y el mérito de Jesucristo. Estas buenas obras, ofrendadas a Dios por un alma en estado de gracia (es decir, libre de pecado mortal, con la Santa Trinidad habitando en su alma), tienen por lo tanto el mérito sobrenatural porque comparten la obra y el mérito de Cristo. Tales obras buenas sobrenaturales no solamente serán recompensadas por Dios, sino que son necesarias para la salvación.
San Pablo muestra cómo el no cumplir con ciertas obras buenas condenará aún a un creyente Cristiano: “Pero si cualquier hombre no cuida de sí mismo, y especialmente de aquellos de su casa, ha negado la fe, y es peor que un infiel.” (1 Tm 5:8). Nuestro Señor nos dice que si el Maestro (Dios) regresa y encuentra pecando a Su sirviente, en lugar de realizar obras de obediencia, Él “lo separará y le señalará su suerte entre los infieles.” (Lc 12:46).
Más aún, los Católicos saben que serán recompensados en el Cielo por sus buenas obras. Nuestro Señor dijo: “Porque el Hijo del hombre...pagará a cada hombre de acuerdo a su conducta.” (Mt 16:27). “Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, amén les digo que no perderá su recompensa.” (Mt 10:42). Los Católicos creen, siguiendo al Apóstol Pablo, que “cada hombre recibirá su recompensa de acuerdo a su propio trabajo.” (1 Co 3:8). “Porque Dios no es injusto, como para olvidarse del trabajo y el amor que ustedes han mostrado en su nombre, ustedes que han prestado servicio a los santos.” (Hb 6:10). “He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.” (2Tm 4:7-8).
Aún así, los Católicos saben que, estrictamente hablando, Dios nunca nos debe nada. Aún después de obedecer todos los mandamientos de Dios, debemos decir: “Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” (Lc 17:10). Como afirmó San Agustín (siglo V): “Todos nuestros buenos méritos son realizados a través de la gracia, de manera que Dios, al coronar nuestros méritos, sólo corona Sus dones.”
Si San Pablo hubiera querido significar que la fe excluía la necesidad de las buenas obras para la salvación, no habría escrito:  “...aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy.” (1 Co 13:2). Si la fe excluyera la necesidad de las buenas obras para la salvación, el Apóstol Santiago no habría escrito: “Ya véis que un hombre es justificado por sus obras; y no solo por la fe...porque así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” ( St 2:24-26). O: “¿De qué sirve hermanos míos que alguien diga: “Tengo fe”  si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?” (St 2:14). Si la fe excluyera la necesidad de las buenas obras para la salvación, el Apóstol Pedro no habría escrito: “Por lo tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así, nunca caeréis. Pues así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.” (2P 1:10-11). Si la fe excluyera la necesidad de las buenas obras para la salvación, los primeros Padres Cristianos no habrían defendido las buenas obras con tan enérgicas palabras. San Irineo, uno de los más ilustres primeros Padres Cristianos, escribió: “Porque ¿de qué sirve conocer la verdad de palabra, si se corrompe el cuerpo con el logro de las obras del mal? O ¿Qué bien real puede en absoluto dar la santidad del cuerpo, si la verdad no está en el ama? Porque las dos, la fe y las buenas obras, se regocijan uno en la compañía del otro, y ambas están de acuerdo y luchan una al lado de la otra para poner al hombre en la Presencia de Dios” (Prueba de la Prédica Apostólica). La justificación por la sola fe es una doctrina nueva; no era conocida en la comunidad Cristiana anterior al siglo VI.

¿Por qué los Católicos adoran a María como si ella fuese una diosa, cuando de la Escritura surge con claridad que ella no era un ser sobrenatural?

Los Católicos NO adoran a María, la Madre de Cristo, como si ella fuera una deidad. De todas las concepciones erróneas de la práctica y fe Católicas, ésta es la más absurda. Los Católicos saben tan bien como los Protestantes que María era una criatura humana, y por lo tanto no tiene derecho a los honores que solamente se reservan a Dios. Lo que muchos no Católicos confunden por adoración es un amor y una veneración muy profundas, nada más. María no es adorada, en primer lugar porque Dios lo prohíbe, y en segundo lugar porque el Derecho Canónico de la Iglesia Católica, basado en la Ley Divina, lo prohíbe. El Canon 1255 del Código 1918 prohíbe estrictamente la adoración de cualquiera que no sea la Santa Trinidad. Sin embargo, los Católicos sí creen que María tiene derecho a una exaltación en gran medida porque, al elegirla como la Madre de la Redención, Dios mismo la exaltó, la exaltó más que a cualquier otra persona humana antes o después. Los Católicos brindan tributo y honor a María porque desean fervientemente ser “imitadores de Dios, como hijos queridos.” (Ef 5:1). La misma María profetizó: “Por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre.” (Lc 1:48-49). Los Católicos saben que cada parte de la gloria que otorgan a María contribuye a la gloria de su divino Hijo, así como María magnificó a Dios, no a sí misma, cuando Isabel la bendijo. (Lc 1:41-55). Saben que mientras más se acerquen a ella, más se acercan a Aquel que ha nacido de ella. En el año 434, San Vicente de Lerins defendió la devoción Cristiana a María de esta manera: “Por lo tanto, que Dios prohíba que alguien intente privar a Santa María de su privilegio de gracia divina y de su gloria especial. Porque por un favor único de Nuestro Señor y Dios ella es reconocida como la más verdadera y bendita Madre de Dios.” Hoy, el 75% de todos los Cristianos sostienen esta misma postura.

¿Por qué los Católicos rezan a María y a los santos cuando la Sagrada Escritura afirma que hay un Mediador entre Dios y el hombre: Jesucristo?  (1 Tm 2:5)

Cuando los Católicos rezan a María y a los santos en el Cielo no están evitando a Cristo a quien reconocen como el único Mediador entre Dios y el hombre. Ellos van  a Cristo a través de María y de los otros santos. Piden a María y a los santos que intercedan por ellos ante el trono de Cristo en el Cielo. “La oración ferviente del justo tiene mucho poder.” (St 5:16). ¡Cuánto más poder tiene la ferviente oración de la inmaculada Madre de Nuestro Señor Jesucristo! San Pablo pidió a los Cristianos que intercedan por él: “...hermanos, orad por nosotros.” (2 Ts 3:1). Y nuevamente: “Pero os suplico, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones rogando a Dios por mí...” (Rm 15:30). Cristo particularmente aprueba que vamos a Él por María, Su Santa Madre, porque Él eligió venir a nosotros por medio de ella. Y en Caná, realizó Su primer milagro después de unas palabras de Su Madre. (Jn 2:2-11).
Está claro en la Sagrada Escritura que los Santos en el Cielo interceden por nosotros ante el trono de Cristo si se les pide en la oración (Ap 8:3-4), y está claro en los registros de la Cristiandad primitiva que los primeros Cristianos buscaron ansiosamente su intercesión. En el siglo IV, San Juan Crisóstomo escribió: “Cuando percibáis que Dios os persigue, no vayáis a Sus enemigos, sino a Sus amigos, los mártires, los santos, y aquellos que lo obedecen, y que tienen un gran poder.” Si los santos tienen tal poder con Dios, cuánto más lo tiene su propia Madre.

¿Por qué los Católicos repiten la misma oración una y otra vez cuando rezan el Rosario? ¿No es ésta una vana repetición condenada por Cristo en Mateo 6:7?

Los Católicos NO repiten meramente la misma oración una y otra vez cuando rezan el Rosario. El Rosario es una sucesión de oraciones: el Credo de los Apóstoles, la Oración del Señor, el Gloria, el Ave María y el Dios te Salve Reina, y estas oraciones van acompañadas de santas meditaciones. A medida que el Rosario avanza, los Católicos meditan sobre los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de la vida de Cristo y de Su Madre. Es verdad que el Ave María se repite muchas veces durante el rezo del Rosario, y algunas otras oraciones son repetidas varias veces, pero no es ésta una “vana” repetición, no ciertamente la vana repetición condenada por Nuestro Señor. La vana repetición que Él condenó es la de la gente que reza “en las esquinas de las calles para que los vean los otros hombres.”
Ninguna oración es en vano, no importa cuántas veces se repita, si es sincera, porque Cristo mismo repite una oración en el jardín de Getsemaní: “...se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.”Mt 26:39,42,44; sabemos también por el Apocalipsis (Revelaciones) 4:8 que los ángeles en el Cielo nunca cesan de repetir, día y noche, el cántico: “Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a venir.” El publicano repitió humildemente la oración “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!” y él se fue justificado; mientras el fariseo se fue a su casa no justificado después de su larga y extemporánea oración. (Lc 18:9-14). Dios estuvo igualmente complacido con la repetición de oraciones por parte de los tres jóvenes en el horno de llama abrasadora, a quienes Él rescató milagrosamente de en medio de la llama. (Dn 3:52-90). Los protestantes también repiten sus oraciones al rezar: las mismas oraciones al dar gracias a la hora de comer, las mismas oraciones en la Bendición, etc. El lapso de tiempo no es determinante; sigue siendo repetitivo.

¿Por qué los Católicos creen en un lugar entre el Cielo y el Infierno llamado Purgatorio? ¿Dónde se menciona al Purgatorio en la Biblia?

La mayoría de los Cristianos ha creído siempre en la existencia de un lugar entre el Cielo y el Infierno donde las almas van para ser castigadas por los pecados veniales y para pagar la deuda de castigo temporal por los pecados que han sido perdonados. Moisés fue castigado por sus pecados aún después de haber sido perdonado por Dios. (2 R o 2 S 12:13-14). La Iglesia de los primeros Padres considerada la doctrina del Purgatorio como uno de los dogmas fundamentales de la fe Cristiana. San Agustín, uno de los más grandes doctores de la Iglesia, dijo que la doctrina del Purgatorio “ha sido recibida por los Padres y es sostenida por la Iglesia Universal”. Es verdad que la palabra “Purgatorio” no aparece en la Biblia, pero se menciona un lugar donde los pecados veniales son purgados y el alma se salva “pero como quien pasa a través del fuego,” (1 Co 3:15). Además, la Biblia distingue entre aquellos que van al Cielo directamente, llamándolos “asamblea de los primogénitos” (Hb 12:23), y aquellos que van después de haber padecido una purgación, llamándolos “los espíritus de los justos llegados ya a su consumación.” (Hb 12:23). Cristo mismo afirmó: “Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.” (Mt 5:26). Y: “...de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio.” (Mt 12:36). Éstas son obviamente referencias al Purgatorio. Más aún, el Libro Segundo de los Macabeos (que fue omitido de las Escrituras por los reformadores Protestantes) dice: “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado. (2 M 12:46). Las inscripciones en las tumbas de los Antiguos Cristianos de los siglos II y III contienen frecuentemente un llamado a orar por los muertos. En realidad, la costumbre de rezar por los muertos -que no tiene sentido si no hay Purgatorio- fue universal entre los Cristianos durante los quince siglos anteriores a la Reforma Protestante.
Más aún, la justicia común exige un lugar de purgación entre el Cielo y el Infierno. Tomemos, por ejemplo nuestras Cortes de justicia. Por los crímenes mayores una persona es ejecutada o sentenciada a prisión de por vida (Infierno); por crímenes menores una persona es sentenciada a prisión por un tiempo para su castigo y rehabilitación (Purgatorio); por no cometer ningún crimen una persona es recompensada con la bendición de la ciudadanía libre (Cielo). Si un ladrón roba dinero y luego se arrepiente de su acto y pide el perdón a la víctima, es precisamente justo que la víctima lo perdone aunque sin embargo insista en una restitución. Dios, que es infinitamente justo insiste en una santa restitución. Ésta se cumple ya sea en esta vida, haciendo penitencia (Mt 3:2, Lc 3:8; 13:3, Ap 3:2-3, 19), o bien en el Purgatorio.
Además, ¿hay algún Cristiano que, a pesar de su fe en Cristo y de sus esfuerzos sinceros por imitar a Cristo, no encuentre el pecado y la mundaneidad en su corazón? “...pues todos caemos muchas veces.” (St 3:2). Sin embargo “Nada profano entrará en ella  [la nueva Jerusalén, el Cielo].” (Ap 21:27). En el Purgatorio el alma es misericordiosamente purificada de toda mancha; allí Dios realiza la obra de purificación espiritual que muchos Cristianos descuidaron y evitaron en la tierra. Es importante recordar que los Católicos no creen que Cristo simplemente cubre nuestras almas pecadoras, como se cubre un montículo de abono con una manta de nieve (descripción del perdón de Dios por Martín Lutero). Más bien Cristo insiste en que seamos verdaderamente santos y puros en lo más profundo de nuestras almas. “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.” (Mt 5:48). Este crecimiento en la pureza -en la virtud y santidad Cristianas- es por supuesto una tarea de toda la vida (y es posible solamente por la gracia de Dios). Para muchos esta purificación termina solamente en el Purgatorio. Si no hay Purgatorio, sino solamente el Cielo para los perfectos y el Infierno para los imperfectos, entonces la gran mayoría de nosotros espera en vano por la vida eterna en el Cielo.

¿Por qué los Católicos confiesan sus pecados a los sacerdotes? ¿Qué les hace creer que los sacerdotes pueden absolverlos de la culpa de sus pecados? ¿Por qué no confiesan sus pecados directamente a Dios como lo hacen los Protestantes?

Los Católicos confiesan sus pecados a los sacerdotes porque, como está claramente establecido en la Sagrada Escritura, Dios en la Persona de Jesucristo autorizó a los sacerdotes de Su Iglesia a escuchar las confesiones y los autorizó a perdonar los pecados en Su Nombre. Cristo les dijo a los Apóstoles, los primeros sacerdotes de Su Iglesia: “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. ...Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20:21-23). Y nuevamente: “Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.” (Mt 18:18). En otras palabras, los Católicos confiesan sus pecados a los sacerdotes porque son los agentes debidamente autorizados por Dios en el mundo, representándolo en todos los asuntos relacionados a los medios para conseguir la salvación eterna. Cuando los Católicos confiesan su pecados a un sacerdote, en realidad están confesando sus pecados a Dios, porque es Dios quien escucha sus confesiones y quien, en el análisis final, concede el perdón. Si sus confesiones no son sinceras, sus pecados no son perdonados.
Más aún, los Católicos también confiesan sus pecados directamente a Dios así como lo hacen los Protestantes: a los Católicos se les enseña a realizar un acto de contrición por lo menos cada noche antes de descansar, para pedir a Dios el perdón por los pecados de ese día. También se les enseña a hacer este acto de contrición si por desgracia hubiesen cometido un pecado grave (que los Católicos llaman “pecado mortal”).

Suponiendo que los sacerdotes efectivamente tienen el poder de perdonar los pecados en el nombre de Dios ¿qué beneficio confiere la confesión de los pecados a un sacerdote sobre una confesión realizada directamente a Dios en una oración privada?

Es en el Sacramento de la Penitencia donde los Católicos obtienen beneficios al confesar los pecados a un sacerdote. En primer lugar, se obtiene la garantía del perdón por parte de la Iglesia, que no otorgan las confesiones privadas. En segundo lugar, se obtiene la gracia sacramental que no otorgan las confesiones privadas; y en tercer lugar se obtiene el consejo espiritual experimentado que no proveen las confesiones privadas. Junto a los Apóstoles, los Católicos reconocen que la Iglesia es, como un misterio, el Cuerpo de Cristo vivo en el mundo (Col 1:18); reconocen por lo tanto que Dios recibirá sus pedidos de misericordia y perdón con mucha mayor compasión si se dicen dentro de la Iglesia, en unión con el Cuerpo Místico de Su Divino Hijo, que si se dicen en privado, independientemente del Cuerpo Místico de Su Divino Hijo.

¿Los Católicos confiesan todos los sórdidos detalles de sus pecados al sacerdote?

No. A los Católicos se les enseña a NO confesar los sórdidos detalles de sus pecados, porque no tendría ningún propósito útil. Todo lo que se requiere del penitente es el número y la clasificación de los pecados cometidos, como así también un sincero acto de contrición por haber pecado, una promesa de restitución si el pecado ha dañando a otros, una firme resolución de evitar pecados futuros y las ocasiones de pecado y llevar a cabo la penitencia asignada por el sacerdote (por lo general el rezo de algunas oraciones). En realidad, en la confesión se revelan menos intimidades al sacerdote que las que por lo general se revelan al doctor, al abogado, o al psiquiatra; de ahí que el Sacramento de la Penitencia no es una experiencia embarazosa como muchos no Católicos la imaginan. Más bien es una maravillosa experiencia de alivio, ya que es por este sacramento que los pecados cometidos después del Bautismo son lavados por la sangre de Cristo y el pecador se reconcilia nuevamente con Dios.

¿Por qué los Católicos creen que Cristo es sacrificado en cada Misa, cuando la Escritura afirma claramente que Él fue sacrificado en el Calvario una vez y para siempre?

La mayoría de los no Católicos no se dan cuenta de ello, pero Cristo mismo ofreció la primera Misa en la Última Cena. En la Última Cena Él se ofreció (sacrificó) a Su Padre no con sangre, es decir bajo la forma de pan y de vino, como anticipación de Su sacrificio de sangre en la cruz que sería ofrecido el día siguiente, Viernes Santo. En la Misa, no ya como una anticipación, sino más bien en retrospectiva, Cristo continúa ofreciéndose a Su Padre por las manos del sacerdote. “Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos dijo: Tomad, comed, éste es mi cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados.” (Mt 26:26-28). Cristo ordenó a Su Iglesia perpetuar ese sacrificio ritual para la continua santificación de Sus seguidores, diciendo, “...haced esto en recuerdo mío.” (Lc 22:19), de manera que la Iglesia Católica cumple con Su mandato en la Misa. En otras palabras, cada Misa es una repetición del sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario. El valor de la Misa deriva del Sacrificio de la Cruz; la Misa es ese mismo sacrificio y no otro. No es esencialmente un sacrificio ofrecido por los hombres (aunque los hombres también participan), sino un sacrificio de Jesucristo.
El sacrificio de sangre de Cristo en el Calvario fue consumado “una vez” (Hb 10:10), así como lo dice la Escritura. La Iglesia Católica enseña asimismo que el sacrificio de la Cruz fue un sacrificio perfecto y completo, ofrecido “una vez”. Pero el Apóstol Pablo -el mismo Apóstol que escribió este texto en el libro de los Hebreos- también testifica que el sacrificio ritual que Cristo instituyó en la última Cena debe ser perpetuado, y que es importante no sólo para la santificación del hombre, sino que es el factor principal en la redención final del hombre. En 1 Co 11:23-26, San Pablo refiere cómo, en la Última Cena, Nuestro Señor dijo: “Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” Así, en cada Misa los Cristianos tienen una nueva oportunidad para adorar a Dios con este sacrificio único y perfecto y para “absorber” más la gracia salvadora y santificante de Cristo en el Calvario. Esta gracia es infinita, y los Cristianos deben crecer continuamente en esta gracia hasta su muerte. La razón por la que la Misa es ofrecida una y otra vez no proviene de ninguna imperfección en Cristo, sino de nuestra imperfecta capacidad para recibir.
Finalmente, el santo sacrificio de la Misa cumple con la profecía del Antiguo Testamento: “Pues desde el sol levante hasta poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura, pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahveh Sebaot.” (Ml 1:11). El sacrificio de la Misa se celebra todos los días en todo el mundo, y en cada Misa es ofrecida la única y verdadera “oblación pura”, es decir, Cristo mismo; así la Misa es el cumplimiento perfecto de esta profecía.

¿Por qué los Católicos creen que la Santa Comunión es realmente el cuerpo y la sangre de Jesucristo? ¿Por qué no creen, así como los Protestantes, que Cristo está presente sólo simbólica o espiritualmente, en el pan y el vino consagrados?

Los Católicos creen que la Santa Comunión, la Santa Eucaristía, es en realidad el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, porque eso es lo que Cristo dijo que era: “Éste es mi cuerpo... Ésta es mi sangre (Mt 26:26-28; ver también Lc 22:19-20 y Mc 14:22-24); porque eso es lo que Cristo dijo que debían recibir para tener la vida eterna: “...si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros...” (Jn 6:48-52; 54-56) y porque eso es lo que los Apóstoles creyeron: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? (1 Co 10:16). “Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo.” (1 Co 11:27-29). Además, los Católicos creen que la Santa Comunión en realidad es el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo porque eso es lo que TODOS los Cristianos creyeron hasta el advenimiento del Protestantismo en el siglo XVI.
Justino, Mártir, ilustre Padre de la Iglesia del siglo II, escribió: “Este alimento es conocido entre nosotros como la Eucaristía...Nosotros no recibimos estas cosas como el pan común y la bebida común, sino como a Jesucristo nuestro Salvador, hecho carne por la Palabra de Dios.” San Cirilo de Jerusalén, venerable Padre de la Iglesia del siglo IV, escribió: “Desde entonces Cristo ha declarado y dicho del pan, “Éste es mi cuerpo,” ¿quién, después de esto, se aventurará a dudarlo? Y viendo que Él ha afirmado y dicho, “Ésta es mi Sangre,” ¿quién cuestionará y dirá que no es Su Sangre? Además del testimonio de la Sagrada Escritura y de la tradición Cristiana, los Católicos tienen el testimonio de la Santa Eucaristía: En numerosas ocasiones grandes y sorprendentes milagros se han presentado en su elevación, y pocas veces su recepción por parte de los fieles Católicos no ha producido en ellos un sentimiento de alegre unión con su Señor y Salvador. A la luz de toda esta evidencia difícilmente podría esperarse que los Católicos adoptaran la posición Protestante.

¿Por qué  los laicos Católicos generalmente reciben la Santa Comunión únicamente bajo la forma del pan? Al no dar el pan y el vino consagrados ¿no está la Iglesia Católica privando a su pueblo del beneficio completo de la Santa Comunión?

En la Iglesia Católica la congregación generalmente recibe la Santa Comunión sólo bajo la forma del pan debido a que, si el “pan” consagrado cayera accidentalmente al suelo al darlo, puede ser recuperado completamente (no quedarían en el suelo partes de la Carne de Cristo para ser desacralizadas). Si la Santa Comunión se diera bajo ambas formas, y si el “vino” consagrado fuera derramado accidentalmente al suelo al darlo, sería virtualmente imposible recuperar totalmente la preciosa sustancia (parte de la Sangre de Cristo sería inevitablemente desacralizada al derramarse y absorberse). Al no dar a la congregación la Santa Comunión bajo ambas formas, la Iglesia Católica no está engañando a nadie, porque al recibir YA SEA el “pan” consagrado O el “vino” consagrado, quien comulga recibe todo el Cuerpo de Cristo, incluyendo Su Carne y Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad. El “pan” consagrado imparte por sí mismo una verdadera Santa Comunión con Cristo, una gracia santificante total, así como Cristo dijo: “...y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo...el que coma este  pan vivirá para siempre.” (Jn 6:51-58). El Apóstol Pablo: “Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.”    (1 Co 11:27). Después de la Consagración, el sacerdote recibe la Santa Comunión bajo ambas formas y adecuadamente completa la Santa Comunión como parte del servicio de la Misa.

¿Por qué el Latín es la lengua de la Iglesia? ¿Cómo puede la congregación entender la Misa si ésta se dice en Latín?

La Iglesia Católica comenzó en tiempos del Imperio Romano, y la lengua que se hablaba en todo el Imperio era el Latín. San Pedro trasladó la sede del gobierno de la Iglesia de Antioquia a Roma, y el gobierno de la Iglesia Católica permanece allí hasta nuestros días. Era natural que el Latín se convirtiera en la lengua de la Iglesia. Con el correr de los siglos, por ejemplo, el Latín continuó siendo la lengua de las clases cultas, aún en los siglos XVIII y XIX. Por lo tanto no es en absoluto sorprendente que el Latín sea todavía la lengua oficial de la Iglesia Católica. Simplemente lo ha sido siempre. Además, una lengua universal facilita enormemente la unidad de la Iglesia. Los Concilios Ecuménicos, por ejemplo, se han realizado siempre en Latín, permitiendo comunicarse fácilmente  a todos los obispos del mundo.
Más aún, a diferencia del Inglés, del Francés, del Alemán y de las otras lenguas del mundo Occidental, el Latín no cambia a través de los siglos -no es influenciado por las expresiones idiomáticas de las lenguas nacionales- y por lo tanto, en los países Occidentales el Latín es la lengua oficial de la Misa ya que ayuda a preservar la pureza original de la liturgia de la Misa, aunque hoy la Misa se dice generalmente en la lengua del pueblo. Los Católicos han dispuesto siempre de una traducción completa de la Misa en Latín en sus misales, o manuales de la Misa de manera que siempre han podido entender y seguir todo lo que el sacerdote dice y hace en el altar, aún cuando la Misa sea en Latín. Debe tenerse en cuenta también que la Misa nunca es exclusivamente en Latín. Todos los sermones, las lecturas del Evangelio y de la Epístolas, los anuncios del párroco y las oraciones finales se dicen en la lengua de la feligresía.

¿Por qué los Católicos llaman “Padre” a sus sacerdotes a pesar de que Cristo dijo: “Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del Cielo”? (Mt 23:9)

Los Católicos llaman “Padre” a sus sacerdotes porque en todos los asuntos pertenecientes a la santa fe de Cristo ellos llevan a cabo las obligaciones de un padre, representando a Dios. El sacerdote es el agente del nacimiento y subsistencia sobrenaturales del Cristiano en el mundo. El título de “Padre” no está reñido en lo más mínimo con Mateo 23:9. Cristo prohíbe a los Cristianos reconocer cualquier paternidad que esté reñida con la Paternidad de Dios, de la misma manera que ordena a los Cristianos “odiar” a su padre, madre, esposa, y a su propia vida, siempre y cuando estén reñidos con el seguimiento de Cristo. (Lc 14:26). Pero Cristo no prohíbe a los Cristianos llamar a Sus propios representantes con el nombre de “Padre”. Los sacerdotes Católicos comparten el sacerdocio de Jesucristo (no un sacerdocio humano), y su sagrado ministerio es parte de la Paternidad de Dios. Así como San Pablo (un sacerdote Católico), todo sacerdote Católico puede referirse a las almas a las que él ha engendrado espiritualmente como a sus hijos en Cristo (1 Co 4:14). San Pablo se consideraba  a sí mismo padre espiritual, en Cristo, de los Corintios: “Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús.” (1 Co 4:15). El título de “Padre” es enteramente apropiado para un sacerdote ordenado de Jesucristo.

¿Por qué los Católicos practican el ayuno y abstinencia de carne en ciertos días? ¿No llama San Pablo a la abstinencia de carne una “doctrina diabólica”? (1 Tm 4:1-3)

Los Católicos evitamos comer carne -por ejemplo, en Viernes Santo- para conmemorar y honrar el Sacrificio de Cristo en ese día, y par seguir Su enseñanza de negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz, y seguirlo. (Mt 16:24; Mc 8:34; Lc 9:23). Es una práctica que se remonta a los primeros días de la Iglesia Cristiana. Tertuliano y Clemente de Alejandría la mencionan en sus escritos. Es una práctica netamente Cristiana, porque sabemos que Cristo mismo recomendó el ayuno diciendo: “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro...y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6:17-18). Con el mismo tenor el Apóstol Pablo describió su propio sufrimiento por Cristo: “...hambre y sed; muchos días sin comer...” (2 Co 11:27). El ayuno fue practicado tanto por los seguidores de Cristo (Hch 14:22) y por Cristo mismo (Mt 4:1-2). Y Nuestro Señor les dijo a Sus discípulos que algunos demonios no pueden ser expulsados sino “con la oración y el ayuno.” (Mt 17:21). La denuncia de Pablo de aquellos que se abstienen de comer carne se aplica a quines rechazan comer carne completamente, como si fuera un mal en sí mismo. Su denuncia nada tiene que ver con la abstinencia de los Católicos, ya que en los otros días los Católicos comen tanta carne como el resto de las personas. Más aún, la abstinencia de carne no se aplica a todos los Católicos. Están exceptuados los niños, los ancianos, los enfermos, y todos los Católicos de los países donde la carne es el alimento principal.

¿Por qué los sacerdotes Católicos no se casan? La Biblia dice que el epíscopo debe ser “irreprensible, casado una sola vez...” (1 Tm 3:2), lo cual ciertamente indica que Cristo aprueba el matrimonio de los sacerdotes Cristianos.

Los sacerdotes Católicos no se casan porque, si bien Cristo en efecto aprueba el casamiento del clero Cristiano, prefiere más que no se casen. Lo estableció claramente cuando alabó a los Apóstoles por dejar “todo” para seguirlo, diciendo, “Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.” (Mt 19:27-29). El Apóstol Pablo explicó que el estado célibe es preferible al de casado para el clérigo Cristiano: “El no casado se preocupará de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, está por tanto dividido...” (1 Co 7:32-33). En otras palabras, el matrimonio es bueno -Cristo lo hizo uno de los Santos Sacramentos de Su Iglesia- pero no es conducente a una completa dedicación que es incumbencia de aquellos que se someten a otro de los  Santos Sacramentos de Cristo, el del Orden Sagrado. Aún así, el estado célibe del sacerdocio Católico no es una ley inflexible, bajo ciertas condiciones un sacerdote puede ser dispensado de esta ley.

La Biblia dice que después de ser bautizado, Cristo, “salió luego del agua” (Mt 3:16), indicando que fue bautizado por inmersión completa ¿Por qué la Iglesia Católica no bautiza también por inmersión completa en el agua en lugar de hacerlo vertiéndola sobre la cabeza?

La Iglesia Católica bautiza vertiendo agua sobre la cabeza: 1) porque en algunas localidades no puede obtenerse suficiente cantidad de agua para una inmersión completa, 2) porque una inmersión completa sería cruel para los bebés, fatal para algunos enfermos e imposible para algunas personas en prisión, y 3) porque los Apóstoles bautizaron vertiendo agua. En la Didakhe se prescribe el siguiente procedimiento para el Bautismo: “Verter agua tres veces sobre la cabeza en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” Las palabras “salió luego del agua” no implican necesariamente una inmersión completa. Podrían simplemente implicar que Cristo salió de la orilla del río Jordán después de estar de pie con el agua hasta los tobillos. Esto no quiere decir que la Iglesia Católica considere inválido el Bautismo por inmersión completa, simplemente no la considera una forma práctica universal.

¿Por qué la Iglesia Católica bautiza a los niños, que no comprenden lo que está pasando?

La Iglesia Católica bautiza a los niños porque esa es la voluntad de Cristo. Debe quererlo así, ya que dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis.” (Mt 19:14). De acuerdo al Apóstol Pablo, no se puede verdaderamente ir a Cristo excepto a través del Bautismo. (Rm 6:3-4). Cristo debe quererlo así porque los Apóstoles bautizaron a “todo el pueblo” (Lc 3:21) y a las familias (Hch 16:15, 1 Co 1:16). Ciertamente a “todo el pueblo” y a todos los miembros de las “familias” incluidos los niños. Debe ser la voluntad de Cristo porque estableció categóricamente que el Bautismo es un requisito necesario para la salvación (Jn 3:5), y ciertamente quiere la salvación de los niños. Esa debe ser Su Voluntad ya que la Iglesia Cristiana primitiva, que tubo un conocimiento directo de Su Voluntad, bautizaba a los niños. En las antiguas catacumbas de Roma las inscripciones en las tumbas de los niños mencionan que han sido bautizados. Una de esas inscripciones dice: “Aquí descansa Arcillia, bautizada recientemente; tenía un año y cinco meses de edad, murió el 23 de febrero.”

Un niño no bautizado no solamente se encuentra en un estado “natural,” sino también en un estado de reprobación, viviendo bajo el reino de Satán, con el pecado de Adán “manchando” su alma. Por lo tanto los niños deben ser bautizados tan pronto como sea posible, generalmente en el lapso de 2 ó 3 semanas después del nacimiento. Cuando crecen con Nuestro Señor habitando en sus almas, los niños están bien protegidos contra el pecado. Más aún, Nuestro Señor puede hacer así que los niños sientan un profundo amor por Él a temprana edad, como lo hizo con Santa Teresa, Santa María Goretti, Santo Domingo Savio, y Francisco y Jacinta Marto.

¿Por qué la Iglesia Católica se opone al control de la natalidad? ¿En qué parte de la Biblia se condena al control de la natalidad como contrario a la Voluntad de Dios?

La Iglesia Católica no se opone al control de la natalidad cuando se logra por medios naturales, es decir por el AUTOCONTROL. Solamente se opone al control de la natalidad por medios artificiales, es decir por el empleo de píldoras, preservativos, DIU, espumas, geles, esterilización, no completando el acto de unión sexual, o por cualquier otro medio utilizado para evitar la concepción resultante de ese acto, porque profanan la unión marital y deshonran el contrato de matrimonio. Dios hizo morir a Onán por practicar la anticoncepción (Gn 38:9-10); la palabra “onanismo” deriva de lo que hizo Onán. En realidad, hasta la Conferencia de Lambeth en 1930, donde la Iglesia de Inglaterra aceptó la anticoncepción y rompió así con toda la tradición Cristiana, la anticoncepción había sido considerada un pecado grave por TODAS la Iglesias Cristianas, tanto Católicas como Protestantes. La Iglesia Católica no cree tener la libertad para cambiar la ley de Dios, como lo hacen los Protestantes.
En el Nuevo Testamento, hay un solo ejemplo donde Dios castiga el pecado con la muerte; éste fue el destino de Ananías y Safira, esposos que se dirigieron a hacer una ofrenda a Dios pero que en forma fraudulenta se quedaron con parte de ella. La Biblia dice que mintieron al Espíritu Santo. (Hch 5:1-11). En la anticoncepción, dos personas realizan un acto de mutua entrega, pero obstruyen la fruición natural de su acto, es decir, la concepción de hijos, que es el último fin por el cual Dios creó la sexualidad. La unión sexual es un don de Dios a los esposos, pero al practicar la anticoncepción las parejas aceptan el placer que Dios confirió al acto y aún negando a Dios en su propósito, procrean. En realidad están burlándose de Dios. Pero “No os engañéis; de Dios nadie se burla.” (Ga 6:7). Cristo maldijo a la higuera que, a pesar de una bella apariencia externa, no da frutos. (Mt 21:19; Mc 11:14). El matrimonio es el plan de Dios para poblar el Cielo, pero con la anticoncepción las parejas niegan a Dios el fruto específico de su matrimonio, los hijos, cuando se comprometen en el acto que debe engendrar hijos y sin embargo frustran el resultado natural querido por Dios.
Además, el pecado de los “brujos” o de las “brujas” (“pharmakeia” en Griego -Ga 5:20, Ap 9:21; 21:8), que la Biblia condena junto con la fornicación, el asesinato, la idolatría y, otros pecados graves, muy posiblemente incluya las pociones secretas mezcladas para impedir el embarazo o causar el aborto. Tales pociones ya se conocían y utilizaban en el siglo I.
El sentido común y la conciencia dictan que el control artificial de la natalidad no solo es una violación a la Ley Natural sino un pérfido insulto a la dignidad misma del hombre. Porque implica el libre reinado de los impulsos físicos; implica un desinterés absoluto por el destino de la semilla humana; implica el máximo desprecio por el honorable nacimiento de los seres humanos, aquellos seres humanos que nacen como resultado de una acción anticonceptiva fallida y cuya existencia es por lo tanto considerada un desafortunado “accidente”, más bien que un don de Dios; implica el más extremo egoísmo, porque ningún defensor o practicante del control artificial de la natalidad lo habría deseado para sus propios padres. Más aún, la anticoncepción mina el respeto mutuo entre esposo y esposa y debilita el vínculo matrimonial. Y lo peor de todo es que muchos “anticonceptivos”, tales como el DIU y la mayoría si no todas las píldoras para el control de la natalidad, actúan causando efectivamente un aborto prematuro en el embarazo; de esta manera, la así llamada anticoncepción es en realidad un aborto -el asesinato de un ser humano- más que el evitar la concepción.
En toda época hay un pecado favorito que es aceptado por los Cristianos “respetables” del mundo; en nuestra época ese pecado “aceptable” es la anticoncepción, un pecado que encaja perfectamente con la concepción de que el propósito de la vida humana es lograr la felicidad terrena. La verdadera pareja Cristiana, por otra parte, se da cuenta de que Dios quiere que tengan hijos para que estos lleguen a conocerlo y a amarlo y a ser felices con Él eternamente en el Cielo. El matrimonio es el plan de Dios para poblar el Cielo. Qué sabio es permitir que Dios planifique la familia, ya que Él ama a los niños mucho más de lo que lo hacen sus padres terrenales, y Sus planes para ellos van mucho más allá que cualquier plan de sus padres. Innumerables historias se refieren a la Providencia de Dios para con aquellos padres Cristianos que confiaron en Él y obedecieron Su ley. Para aquellos que tienen una necesidad seria y verdadera de fijar intervalos o limitar el número de sus hijos, los nuevos métodos de planificación familiar natural basados en la abstinencia periódica han probado ser muy confiables (a diferencia de los anteriores métodos del “ritmo”).
Finalmente el Cristiano se da cuenta de que la autonegación involucrada en el nacimiento y crianza de hijos Cristianos es una escuela de Cristiandad. Nuestro Señor dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24). Pero también dijo: “...mi yugo es suave y mi carga ligera.” (Mt 11:30). Dios promete la gracia suficiente para aquellos que intentan obedecerlo. Y la consiguiente paz del alma de la que disfruta el matrimonio obediente no tiene precio.

¿Por qué la Iglesia Católica no hace excepciones en lo que respecta al divorcio? ¿No dice la Biblia que Cristo permitió el divorcio en caso de fornicación? (Mt 19:98)

la Iglesia Católica no hace excepciones respecto al divorcio porque Cristo no hizo excepciones. Cuando a Cristo se le preguntó si a un hombre le era permitido despedir a su esposa “por cualquier motivo”, Él contestó que el hombre “se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne... Pues bien, lo que Dios unió no lo separa el hombre.” (Mt 19:3-6). Y el Apóstol Pablo escribió: “En cuanto a los casados, les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, más en el caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y que el marido no despida a su mujer.” (1 Co 7:10-11). En Mt 19:9, Cristo no permite el divorcio en caso de fornicación, permite la SEPARACIÓN. Esto surge claramente del hecho de que aquellos que se han separado fueron advertidos de no casarse nuevamente. Leer Mc 10:11-12 y Lc 16:18.
Además, sabemos que el divorcio es contrario a la Ley Divina porque está absolutamente en contra de la recta razón. Si no fuera por las leyes humanas que “legalizan”, popularizan, y hasta le otorgan un cierto encanto al divorcio, los matrimonios decepcionados harían un constante esfuerzo para reconciliar sus diferencias y vivir en paz; se verían obligados por necesidad a tragarse su falso orgullo y aceptar las responsabilidades debidas a sus esposos, a sus hijos, a la sociedad como un todo, y a Dios. Cualquier sociólogo confirmaría que hay mucho menos inmoralidad, muchos menos suicidios, muchos menos desórdenes mentales y muchos menos crímenes entre las personas que rechazan el divorcio que entre los llamados “progresistas” que lo aceptan.

¿Por qué las mujeres Católicas tradicionalmente cubrían su cabeza en la iglesia? ¿Se les prohíbe, a las mujeres que no cubran su cabeza, la entrada a las iglesias Católicas?

El Apóstol Pablo explica que las mujeres Católicas deben cubrir su cabeza en la iglesia: “Juzgad por vosotros mismos. ¿Está bien que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?” (1 Co 11:13). “Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta a su cabeza. Y toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta a su cabeza; es como si estuviera rapada...” (1 Co 11:4-5). Las palabras de Pablo no implican que la Iglesia esté cerrada para las mujeres que no dispongan del velo para cubrir sus cabezas, y tampoco lo implica la costumbre de la Iglesia Católica.

¿Por qué deben los Católicos pagar por una Misa que es ofrecida por los amigos y parientes fallecidos cuando la Biblia afirma que el don de Dios no se compra con dinero? (Hch 8:20)

Los Católicos no están obligados a pagar las Misas ofrecidas por la intención especial de alguien. Solamente se les recuerda que lo que se acostumbra es dar un “estipendio” (por lo general $5). Los sacerdotes están obligados si la persona que la encarga no puede pagar este estipendio. Dar estipendios por las Misas de intención especial es una costumbre adecuada y correcta como signo de aprecio por el servicio especial que se ofrece, y particularmente si se tiene en cuenta que generalmente el sacerdote percibe un salario modesto. Para muchos sacerdotes estos estipendios les permitirán alcanzar unas condiciones de vida dignas. Y esta costumbre es aprobada en forma precisa por la Escritura. El Apóstol Pablo escribió: “¿Quién ha militado alguna vez a costa propia?...¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño?...Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio.” (1 Co 9:7-14). Por supuesto que el don de Dios no se compra con dinero. Pero eso no implica que los ministros de Dios sean esclavos que sirven sin paga. Los Protestantes generalmente estarán de acuerdo con esto ya que dentro del Protestantismo se acostumbra también a dar al ministro que oficia el bautismo, el matrimonio, etc como un signo de aprecio en forma de dinero. Los Protestantes no llaman estipendio a esta donación de dinero, aunque es exactamente eso.

CONCLUSIÓN

He aquí la verdad acerca de la creencia y la práctica Católicas. Esta es la verdad que el autor de este libro trajo a la Iglesia Católica...la verdad que año tras año trajo a millones de personas al rebaño de los Católicos...la verdad que explica porqué Newman, Chesterton, Knox, Brownson, Maritain, Mann, Swinnerton, Muggeridge y una multitud de otros intelectuales mundialmente famosos eligieron abrazar la fe Católica. Esta es la verdad que inspiró la siguiente confesión del renombrado científico John Deering, una confesión que expresa en forma elocuente la motivación fundamental de todo Católico converso, ya sea famoso o desconocido: “Yo nací y me crié en una atmósfera de orgullo y de agnóstico intelectualismo. Mi padre, médico de profesión, fue discípulo de Schopenhauer y de Freud, y mi madre una ardiente discípula de mi padre. Siendo joven mi plato favorito era Voltaire. Así al tiempo en que alcancé la madurez había sido completamente bautizado en el culto pseudo religioso del humanismo. Preferí llamarlo humanismo porque, a diferencia del Voltaire, nunca puede profesar públicamente ser un completo ateo, aunque generalmente no haya mucha distinción entre ambos.
“Siendo una disposición mental curiosa y especulativa, con una fuerte inclinación hacia los más desafiantes campos de la dialéctica, eventualmente me incliné al estudio de la metafísica, la ciencia de las causas y procesos fundamentales de las cosas. Estas disciplina me intrigaba y realmente me obsesionaba como ninguna otra disciplina lo había hecho antes. Aquí me dije a mí mismo, estaba la ciencia de las ciencias. Aquí estaba la prueba suprema de mi filosofía personal. Si Dios existe, me dije, la metafísica lo revelaría. O bien, sería yo justificado en mi cuasi ateísmo, o me vería obligado en conciencia a abandonarlo completamente.
“Entonces sucedió lo inevitable. Me enfrenté con la proposición, demostrada por todos los principios de la lógica, de que Dios realmente existe. La evidencia era tan abundante como incontrovertible. Tan cierto como que dos más dos es igual a cuatro, Dios no solamente existe, Él ES la existencia. ¡Discutir la cuestión habría sido equivalente a argumentar en contra de toda la realidad!
“Habiendo descendido finalmente de la vanagloria del agnosticismo, me aboqué inmediatamente a realizar otra ascensión intelectual, esta vez hacia la imponente estructura de la teología Cristiana. Me procuré una Biblia y pasé cada momento libre absorbido por su sagrado contenido. Había establecido la existencia de Dios en mi mente; ahora tenía que conocer algo de la naturaleza y de la personalidad de Dios. Me imaginé que la Biblia me daría una orientación.
“Mucho de lo que leí en la Biblia era vago -después de todo, no estaba familiarizado con las costumbres y expresiones del lenguaje de los antiguos Judíos que escribieron la Biblia- pero pude captar el tema central. Obviamente, el tema central de la Biblia describe a Dios no solamente como un Ser Omnipotente, Inteligente y Espiritual, sino como la Esencia del Amor, de la Justicia y de la Misericordia. En otras palabras, Dios es un Ser eminentemente personal. Y Jesucristo es Dios en persona que ha venido al mundo no solo para expiar el pecado de Adán, sino también para reafirmar Su soberanía, elaborar Sus Leyes e iluminar el camino hacia la inmortalidad celestial. Y el portador de la antorcha con esta luz es Su Iglesia, fundada por los Apóstoles. Investida con la autoridad de Dios e imbuida del Espíritu Santo de Dios, la Iglesia recibe la santa tarea de perpetuar Su ministerio de salvación después de Su retorno al Cielo.
“He allí el plan divino de la redención, propósito real de la vida, presentado con claridad y belleza por el Autor del plan –Dios mismo. En breve, allí se encuentra la verdadera y única esperanza de felicidad y seguridad.
“Solo una cosa quedaba por resolver: la Iglesia de Dios. ¿Dónde, en medio de la vasta galaxia de iglesias del mundo, se encuentra la verdadera Iglesia de Dios? Recordé entonces algo que Cristo dijo: ‘buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.’ Inspirado por estas palabras de sabiduría divina, me embarqué en la búsqueda y llevé a cabo un extenso estudio de religión comparativa, concentrándome en las religiones Cristianas. Ya que las otras religiones rechazaban la divinidad de Cristo, estaban naturalmente en falta.
“Con penosa imparcialidad confronté todas las iglesias Cristianas a la luz de la Escritura, de la lógica y de la historia, controlando una y otra vez para no pasar por alto ninguna evidencia significativa por pequeña que fuere. Después de tres años de meticulosa búsqueda encontré el objeto de mi búsqueda. Finalicé con un nombre inscripto con mayúscula en mi conciencia: ‘¡Católico!’.
“A todas luces encontré que las afirmaciones de la religión Católica eran válidas y completamente irresistibles. Corroboré que la Iglesia Católica es la más antigua de la Iglesias Cristianas; por lo tanto, ella es la Iglesia Cristiana original, la única Iglesia fundada, constituida y sancionada por Jesucristo mismo.
“En conciencia, no tuve otra alternativa que abrazar la Fe Católica. Y ahora debo dar fe de que satisface mi inteligencia, es solaz de mi corazón y gratifica mi alma. Mi bendita Fe Católica llena mi alma de paz y confianza como nunca antes los hubiera creído posible.
“Ahora que me encuentro en la Iglesia Católica la veo con una imagen mucho más clara. Esencialmente veo en ella la Imagen de Cristo. Al recibir sus sacramentos, siento Su mano reconfortante; en sus pronunciamientos, escucho Su voz autorizada y convincente; en sus diferentes obras de caridad en todo el mundo, veo Su amor y compasión; en la forma en que es atacada y vilipendiada, veo Su agonía y humildad en el Calvario; en su adoración, siento Sui Espíritu abrazando mi alma.
“Todo esto fuerza mi obediencia. Todo lo demás es cambiante arena.”


























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